Releyendo
a Rosalía de Castro, en un facsímil de la primera edición de su obra En las
orillas del Sar que me regaló Isabel en un viaje a Santiago, encontré unos
versos que, aparte de ser muy hermosos, esconden una profunda verdad.
Yo
inclino
la
frente al suelo y contristada exclamo
con el
Mártir del Gólgota… Perdónales,
Señor,
porque no saben lo que dicen;
mas
¡oh, Señor! a consentir no vuelvas
que de
la helada indiferencia el soplo
apague
la protesta en nuestros labios,
que es
el silencio hermano de la muerte
y yo
no quiero que mi patria muera,
sino
que como Lázaro, ¡Dios bueno!,
resucite
a la vida que ha perdido;
y con
voz alta que a la gloria llegue,
le
diga al mundo que Galicia existe,
tan
llena de valor cual tú la has hecho,
tan
grande y tan feliz cuanto es hermosa.
Bonito,
¡eh! Rosalía de Castro tenía una profunda preocupación por la naturaleza y la
cultura de su Galicia natal, una preocupación absolutamente actual.
Ella
ve a su tierra y a sus gentes en un tremendo estado de postración, y sufre por
ello. La tentación de mirar hacia otra parte, de pensar que mientras yo esté
bien lo demás, los demás, no importan, existe siempre en el alma del que ve,
entiende y sufre.
Por
eso, la poetisa le pide a Dios que perdone a los que hablan sin saber, para a
renglón seguido rogarle que ante todo eso, ante la situación de su tierra, ante
las palabras huecas y falsas que la apuntalan no caigamos en la indiferencia,
en el silencio hermano de la muerte. ¡Qué tremenda y cierta expresión! ¡Qué gran
verdad! La indiferencia que lleva al silencio que ahoga la protesta y que mata
por cobarde o cómoda omisión de la palabra.
Con su
palabra pide que Galicia eleve la voz, que reclame su existencia, su valor, su
grandeza, su hermosura.
Llegado
a este punto podríamos quedarnos en el plano inmediato de un grito profundo y
poderoso pidiéndole a Galicia que levante también la voz, que se alce de su
postración. Y ciertamente este plano existe.
Pero
como sucede con la literatura en mayúsculas, siempre hay más lecturas, más
hondura de la que a primera vista podemos encontrarnos. Ampliemos su
preocupación por Galicia a la preocupación por nuestra tierra, por el planeta
Tierra. Leamos el poema pensando, no solo en aquel bellísimo trocito de nuestro
mundo, sino en el mundo entero.
Adquiere
entonces una dimensión universal impresionante. Salta de Galicia al planeta Tierra,
a la naturaleza, a la creación que estamos maltratando. Veámoslo.
Yo
inclino
la
frente al suelo y contristada exclamo
con el
Mártir del Gólgota… Perdónales,
Señor,
porque no saben lo que dicen;
mas
¡oh, Señor! a consentir no vuelvas
que de
la helada indiferencia el soplo
apague
la protesta en nuestros labios,
que es
el silencio hermano de la muerte
y yo
no quiero que la Tierra muera,
sino
que como Lázaro, ¡Dios bueno!,
resucite
a la vida que ha perdido;
y con
voz alta que a la gloria llegue,
le
diga a todos que la naturaleza existe,
tan
llena de valor cual tú la has hecho,
tan
grande y tan feliz cuanto es hermosa.
De estas
palabras podemos sacar fuerza para elevar la voz en defensa de la Casa
Común, como el papa Francisco gusta llamar al planeta, "tan lleno de valor cual
tú lo has hecho, tan grande y tan feliz cuanto es hermoso".
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